Nuestro comportamiento varía según el lugar en el que estemos. No nos comportamos igual, en nuestra casa que en una biblioteca. O en una iglesia como en un estadio deportivo.
¿Por qué? La respuesta es evidente. Existen unas reglas, unas normas de comportamiento establecidas. Adaptamos nuestro comportamiento en función del espacio en el que nos encontramos. De ahí que no hablaremos en una biblioteca, ni diremos palabras malsonantes en una iglesia. Pero seremos libres de gritar o movernos de cualquier forma en nuestra casa y de exaltarnos, jaleando a un equipo en un evento deportivo.
Ahora bien, ¿Qué pasa con espacios en los que, aun acatando las normas impuestas, seguimos sintiéndonos condicionados?
Hablamos de un espacio concreto y delimitado como son los aeropuertos.
Desde que entramos estamos constantemente vigilados. Nuestro comportamiento no verbal es analizado por cientos de cámaras para valorar si estamos cometiendo una infracción o bien vamos a llevarla a cabo. Las técnicas de detección de conductas sospechosas están basadas en la observación; de ahí que nos sintamos “observados”. Incluso nuestra temperatura corporal es medida. Estamos sometidos a muchos controles y medidas de seguridad.
La forma en la que caminamos o incluso la manera que tenemos de mirar nos pueden parecer a nosotros mismos, en ese momento, diferentes a lo socialmente establecido y actuamos de forma distinta por miedo. Una hipótesis establece que si alguien está intentando producir un engaño, tendrá mayor carga emocional (mayor miedo, estrés, ansiedad..) y esto puede producir anormalidades en la forma de caminar. De ahí, que cuando las autoridades encuentren una conducta sospechosa, la observen y examinen.
Con esto queremos decir, que situaciones que incrementen los nervios o el estrés, y nos lleven a realizar conductas que puedan resultar anómalas para nosotros, pueden ser sospechosas para otros. Sin ser nosotros intencionadamente, fuente de engaño o de infracción.
Únicamente, temerosos al estar bajo el foco de vigilancia constante.
Las emociones negativas toman protagonismo. ¿Y si me confunden con un terrorista? Sentimos miedo o incluso angustia. ¿Y si piensan que estoy mintiendo o engañando? ¿Creen que les oculto algo?
Un claro ejemplo son los controles que hay que pasar para las zonas de embarque. ¿Y si pita el control? ¿Y si me apartan de la cola y me llevan a un punto de inspección? ¿Piensan que llevo drogas y lo estoy ocultando?
Todo esto es debido al estrés que nos causa el miedo a perder el vuelo, el temor a volar o incluso a vivir un atentado terrorista.
Estos comportamientos que no mostramos a diario, pero que llegamos a manifestar en estos espacios se observan, interpretan, y se evalúan como indicios en los cuales se funda la sospecha de posible infracción.
Dichos comportamientos, deben ser observados por los agentes de seguridad y monitoreados por los sensores con el fin de detectar anomalías engañosas, y que sin embargo no están relacionadas con conductas sospechosas o malintencionadas. Simplemente nos ponemos nerviosos, porque nos estresa la situación que vivimos.
La profesora de psicología Maria Hartwig de la City University of New York’s John Jay College of Criminal Justice, sostiene que aunque los humanos obviamente expresan emociones a través de manifestaciones faciales y corporales, no existe evidencia científica que apoye la asociación entre estas expresiones y la intención de engañar (Weinberger 2010).
Importante decir que a día de hoy aún son escasas las publicaciones científicas que puedan probar el vínculo entre indicadores psico-fisiológicos y el engaño intencional.
Así que si nos ponemos nerviosos porque nos impone una situación en un espacio determinado como un aeropuerto, no estamos engañando. Únicamente nos sentimos intimidados por las fuertes medidas de seguridad que escrutinan todos nuestros movimientos y esto hace que nos estresemos y actuemos de una forma variable a lo que solemos manifestar.